sábado, 8 de octubre de 2011

'Teorema' (1968), de Pier Paolo Pasolini. La humanidad perdida.


Aun consciente de que me queda por publicar un post sobre los últimos años de James Bond en el cine (1995-2008), me apetece demasiado escribir este post sobre una de las grandes películas que firmó en su día el escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini. En este caso, Teoremanació en 1968, en forma de una novela y una película, dos hermanas siamesas, independientes pero complementarias entre sí. Al menos para mi experiencia, la lectura de una enriqueció el visionado de la otra, y viceversa. En cualquier caso, para todo aquel que no sea un motivao pasoliniano vocacional como el que aquí escribe, tanto la novela como la película se pueden disfrutar por separado, sin necesidad de haber pasado por ambas.La novela se compone de breves capítulos y se ve mezclada con frecuencia con arrebatos de poesía del autor. Creo que esta idea es interesante porque se ve reflejada en la película. Ésta se compone de escenas claramente diferenciadas en las que se aborda las situaciones de cada personaje por separado y su forma de relacionarse con el personaje central, tal y como en la novela, y asimismo, sus arranques líricos tienen eco en la película en forma de poderosas imágenes con una plasticidad y belleza admirables.

Pero vayamos por partes, antes de adentrarme en párrafos más analíticos, creo que es importante hablar del argumento o anécdota que da pie a las situaciones y reacciones deTeorema. La película arranca con imágenes de una fábrica, una fábrica que no volverá a ser la misma. Reporteros y cámaras interrogan a ciertos sujetos. Mientras tanto, las sombras de las nubes bajo el sol se arrastran por un paisaje volcánico desolado. La cinta está arrancando con imágenes del final.

Una familia burguesa del norte industrial italiano, Milán, lleva una existencia gris (en el sentido estricto, les vemos en blanco y negro). El padre dirige una fábrica (Massimo Girotti), su mujer es un adorno de la casa (Silvana Mangano). Tienen un hijo, una hija y una criada (Laura Betti). Y una casa enorme con jardín. Reciben un mensaje: “LLEGO MAÑANA”.
Se instala entre ellos un desconocido, un tío bellísimo con una mirada azul impecable (Terence Stamp). En distintas situaciones, va acercándose a cada miembro de la presunta familia. Les atiende, les ama, en el sentido más espiritual pero también en el más físico. Uno por uno, se entrega a ellos, reconfigura sus formas de entender la realidad o, al menos, su realidad particular, lo que entienden por vida. Llega un nuevo telegrama a la casa, el desconocido se va y nada vuelve a ser como antes. Cisma y decadencia.

Teorema no es una película fácil. Su ritmo es lento y su discurso no es directo. Hay que saber entrar en Teorema, y es por eso que divide al público. Cuando la vi con 16 me quedé bastante fuera, me atrajo la idea pero no me acabó de seducir el conjunto. Hace un par de años leí la novela y me convenció mucho. Ahora, con 19, sin recordar demasiado la obra literaria me ha resultado admirable. Me ha asombrado lo bien rodada que está, su lucidez plasmando ideas, me ha apelado muy personalmente. Pasolini caerá bien o mal, se compartirá su discurso político e ideológico o no, pero es innegable que era un grande.

No soy muy amigo de cintas pedantes y de ultraautor. Generalmente no me convencen lo más mínimo. La sustracción de elementos tanto en forma como en contenido hace que me plantee si el director realmente sabe rodar o si realmente está trabajando de una manera coherente. Apostar por una simpleza máxima puede esconder un minimalismo brutal, la capacidad de transmitir con muy poco todo un universo, pero también puede esconder farsantes que por colocar un plano fijo de duración infinita pretenden hacernos creer que son Ozu o gente así que SÍ que sabía lo que hacía.
En este sentido, a pesar de tener un discurso político-religioso-etc-etc muy evidente, Teorema me convence del todo. Eso tan academicista de denominar a algo “poesía visual” lo encuentro aquí. Las imágenes son el todo, hipnóticas, subyugantes, mágicas. Se detiene el tiempo, la cámara se recrea en las situaciones, en los detalles. No son necesarios los diálogos, más palabras harían perder fuerza a lo que se está viendo. La cámara es temblorosa, parece indecisa a veces, mete zoom, no hace encuadres ideales, pero no puede resultar más directa.

Podría detenerme en hacer un análisis, de esos que tanto molan a los teóricos, explicando qué significa cada parte, cada personaje, cada acción, ese contenido oculto que solo ‘Los Más’ pueden descifrar. Yo le doy al Play pensando que no sé nada de nada, y empiezo a ver imágenes. Más allá de esa criada que representa al proletariado, de esa familia burguesa que queda destruida, de esas analogías religiosas (el milagro, la anunciación), que resultan tan entretenidas de investigar (y que, desde luego, son muy interesantes de leer en entrevistas y análisis), más allá de todo eso, me quedo con el mensaje humano. Creo que en Teorema hay una nostalgia innegable de otra forma de vida, de otra forma de ser y de comprender al ser humano y lo que le/nos rodea.

Dejemos fuera las cuestiones de clases sociales (burguesía, proletariado, etc). ¿No somos muchos o todos los que vivimos en grandes ciudades, esclavizados al trabajo o no, parte de esa familia de Milán? La calle está llena de esos seres alienados, discapacitados emocionales (yo me incluyo) que responden a esquemas e ideas preconcebidas, de lo que uno es y debe ser. De repente, el personaje de Terence Stamp (que está buenísimo y no tiembla al desenfundar su codiciado rabo), es capaz de demostrar a esos engendros que conviven en un mismo espacio que existe la posibilidad de amar, de que alguien les quiera de verdad, sin tener que responder a una etiqueta, a un cliché, a un estereotipo de relación personal, a una duración determinada. Puede follar con un señor o una señora, con una jovencito/a, con la criada a la que nadie hace caso, y también puede ayudar a un chaval a ser creativo, atender al papá cuando se encuentra mal, mirar sin juzgar a Silvana Mangano cuando en un ataque de deseo se quita la ropa porque quiere que le den calor.

Las imágenes de Pasolini son metafóricas, sí, unas veces las analogías son más rebuscadas, otras más evidentes (ese puño que no se abre, p. ej). Pero pienso que hay que ver más allá de ese “desciframiento entretenido”, detenerse ante el conjunto y preguntarse qué nos pasa. Me sorprende que la cinta sea de 1968.
He aquí la TÍPICA PREGUNTA - ¿Y Terence Stamp es Dios?
-Terence Stamp es esa persona que te gustaría tener cuando nadie te hace caso, cuando tienes miedo y te acuerdas de rezar, cuando necesitas afecto, cuando necesitas desahogarte. Terence Stamp está dispuesto a interactuar contigo sin juzgarte, está dispuesto a que le reveles qué narices esconde tu corazón, por más de que te olvides de que lo tienes. Este personaje está dispuesto a recordarte, ciudadano de Milán o de cualquier gran ciudad desarrollada del mundo, que eres humano, que por más que te esfuerces en negarlo y aunque te duela reconocerlo, eres también en el fondo un mamífero con necesidades al que lo desconocido hace buscar respuestas.

Como no podía ser de otra manera, Teorema resultó motivo de escándalo, en su versión literaria (Pasolini retiró la novela del premio Strega tras una primera votación) y en su versión cine (en Italia la prohibieron y la Iglesia la condenó, aunque también la premió en el Festival de Venecia). Hay homosexualidad, desnudos, se cuestiona la religión… ¿Nos parece poco para la época?Teorema es, según creo, la película más interesante del segundo periodo de la filmografía de Pasolini, ese que arrancaría tras Pajaritos y pajarracos (1965) y acabaría con Medea (1970). Que luego sus siguientes títulos, Pocilga (1969) y Medea, resultaran demasiado flojos, es harina de otro costal. Ya se pondría a la altura con la 'Trilogía de la vida'.

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