sábado, 8 de octubre de 2011

Jacques Demy, el mago de Nantes (I): Inicios, 'Lola' (1961) y 'La bahía de los ángeles' (1963).

La bahía de los ángeles, de Jacques Demy (Francia, 1963)

Oscuridad. Se abre el objetivo: colores, melodías alegres, personajes idealistas y destinos que pueden cambiar a mejor en cualquier momento. Fundido en iris. Como en todas las de Demy, la película empieza con un objetivo abriéndose y acaba cuando éste se cierra. Jacques Demy es un nombre que puede que a muchos no les diga nada. Injustamente tratado por el paso del tiempo, el Festival de San Sebastián ha decidido consagrar este año su retrospectiva clásica anual a este grandísimo cineasta, nacido en las trincheras de la nouvelle vague, un director soñador y ambicioso cuya obra merece ser recuperada para el gran público.

Demy es sin duda una rara avis entre sus compañeros de generación, cineastas que optaron por unos derroteros claramente opuestos a los de nuestro protagonista. Demy era un verdadero devoto del musical (género sin una verdadera tradición en Francia y difícil de sacar adelante en un contexto en el que no se producía de manera industrial a la manera de Hollywood) y la fantasía: dos tendencias poco tenidas en cuenta en una época de cambios y apuestas decididas por la modernidad en la sociedad y el cine como fueron los años 60 y 70. Sin embargo, logró sacar adelante sus proyectos, con mayor o menor suerte, aunque siempre buenos trabajos, o como mínimo, interesantes, hechos con oficio.

Los mayores logros de Demy se sitúan, como ya sabrán todos aquellos que estén algo familiarizados con su figura, durante los años 60, en los que obtuvo difusión mundial con cintas como la mítica Los paraguas de Cherburgo, pero también abordaré en este blog sus obras más desconocidas, que para eso he visto y disfrutado de toda su filmografía. Animo al que haya llegado hasta aquí a que siga leyendo, pues tengo entre manos la obra de un cineasta inigualable, un romántico soñador en el sentido más clásico e idealista de la palabra, un verdadero genio.

Nacido en 1931 en Pontchâteau, pasa su infancia en Nantes, sitio al que regresará repetidamente en su filmografía. Con una pasión clara desde pequeño por el cine y la imagen en movimiento, y tras algunos experimentos cinematográficos sacados adelante en el desván del taller en el que trabajaba su padre, marcha a París para estudiar en la Escuela Técnica de Fotografía y Cinematografía. Como trabajo final realiza el cortometraje Les horizonts morts, que él mismo protagoniza, fechado en 1951.

En los años siguientes, trabaja como ayudante de dirección en diversos proyectos y realiza algunos cortometrajes como Ars o El bello indiferente (para el que Jean Cocteau le dejó adaptar su texto teatral), pero sin duda el más interesante de todos ellos es Le sabotier du Val de Loire(El fabricante de zuecos del Valle del Loira, 1955), un homenaje al hombre que le había acogido junto a su hermano durante la ocupación alemana en los años cuarenta. El corto retrata la vida sencilla y humilde del protagonista y su mujer, sus pequeñas historias cotidianas y la pasión por su oficio, en riesgo de extinción: dada su calidad, fue galardonado en el Festival de Berlin de 1955.

Gracias a Jean-Luc Godard, conoció a Georges de Beauregard, ya productor de Al final de la escapada y que acabaría produciendo asimismo el primer largometraje de Demy. Demy soñaba con un filme rodado en Cinemascope, repleto de canciones y color, pero Beauregard le dijo que solo podría producírselo si se ceñía a un ajustado presupuesto, por lo cual de la idea original quedó Lola (1961), una bellísima película en Scope, pero en blanco y negro y con tan solo una canción simbólica, la que interpreta la protagonista (Anouk Aimée), en el cabaret.


El poder evocador de Lola es innegable, así como su joie de vivre. Es un cocktail agitado con las obsesiones que Demy desarrollará a lo largo de su carrera: los destinos que pueden cambiar, los personajes soñadores idealistas, las caras ocultas de la realidad, las historias que se cruzan en el tiempo,… Supone el punto de partida en su relación profesional con Michel Legrand en la música y Bernard Évein en lo relativo en la dirección de arte, sin duda sus dos grandes colaboradores. Rodada en su integridad en Nantes y con una bellísima fotografía de Raoul Coutard, resultó multipremiada y colocó a Demy en la primera línea de los nuevos realizadores franceses de la época. Situada en algunas listas como una de las mejores películas de la historia, es el primer gran paso para la construcción de sus grandes obras maestras.

Demy es invitado a raíz de este éxito a participar en la película colectiva Los siete pecados capitales (1962), de la que rodará el ingenioso episodio ‘La lujuria’ con Jean-Louis Trintignant y Laurent Terzieff de protagonistas, encarnando a dos niños que ya han crecido y valoran lo que para ellos era entonces la lujuria respecto al presente.

Mientras sigue ganando tiempo y recursos para abordar el que será su primer gran proyecto,Los paraguas de Cherburgo, y dado que la actriz Jeanne Moreau le pone la producción en bandeja, Demy se embarca decidido en la producción de La baie des anges (La bahía de los ángeles, 1963), una película bellísima e intensa que se enmarca sin problema dentro de los más puros parámetros estéticos de la nouvelle vague.

Es un filme austero, sencillo pero decididamente directo que disecciona con unos estupendos guión, realización y ambientación la historia de una relación basada en la pasión y el deseo más puro, desarrollada de forma análoga a la adicción al juego de los protagonistas. Estos están encarnados por el atractivo Claude Mann y la terriblemente fascinante Jeanne Moreau teñida de rubio platino. ¿Quién no se iría tras ella a jugárselo todo en las ruletas de Cannes, Montecarlo, Niza,… vestido de smoking y con el futuro en las manos?, parece preguntar Demy, que dibuja con convicción un mundo adictivo de deseo, lujo y azar pleno de encanto.

A pesar de que algunos críticos valoraron reticentes el cambio de dirección de Demy respecto aLola (dirección a la que volvería en su siguiente largometraje y que será aquella por la que se le recuerde), La bahía de los ángeles es una de esas pequeñas joyas semi-escondidas en la historia dignas de ser rescatadas para el placer cinéfilo. Asimismo, demuestra que Demy era un director capaz de desenvolverse en terrenos muy distintos a aquellos por los que se le conocería y hacerlo con gran soltura.

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